Punto de encuentro

Quedamos en vernos por la noche, cerca del bar de la estación de trenes. Por lo tanto, para morigerar la espera, decidí instalarme a escribir en uno de los cafés del Boulevard. Inauguraba computadora, así que me dispuse a redactar en Word y recién llegado a casa, haría la suba de los escritos en el Blog.

Eran las siete y media de la tarde y el lugar estaba relativamente ocupado. Tras varios días de clima húmedo, el frío había vuelto a la ciudad. Elegí un lugar sobre la ventana y cuando se acercó la moza, pedí un café con leche con dos medialunas. De fondo, se escuchaba una deliciosa melodía de jazz neoyorkino, que me recordaba el soundtrack de “Hannah y sus hermanas”, de Woody Allen. Con la pantalla y la mente en blanco, me disponía a describir parte de lo acontecido en los últimos días.

Observé a quienes estaban en las mesas contiguas: una pareja de edad madura, que permanecía en un incómodo silencio; al lado, dos mujeres con sus hijos bulliciosos. Había además un grupo de señoras jubiladas, en una especie de aquelarre celebratorio y un par de parejas jóvenes, desperdigadas por el salón.

Pensaba en los cambios profundos de los últimos tiempos y en cómo las personas que nos rodean nos potencian en nuestra esencia o nos obstruyen. Esa fuerza, esa potencia es la que empuja hacia el empoderamiento, que nos hace ver la belleza que podemos habitar en las mínimas cosas del día a día.

Releí textos viejos hasta entrada la noche. La gente de la merienda empezaba retirarse para darle lugar a los del sándwich y la coca. Decidí levantarme para ir al punto de encuentro.  

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