Hacer el duelo

Quisiera que se entienda: hoy no hablo de amor, hoy les hablo del duelo. Ese que se hace en soledad, como el transeúnte que se moja caminando bajo la llovizna a paso lento. Que de hecho no acelera, porque no sabe ni tiene a dónde ir. Me frustra saber que el final siempre está lejos. Entonces la desesperación me produce arrebatos cada vez que la vida cotidiana me remonta a un “nosotros” pero que por ahora es “sólo conmigo mismo”. Y los dolores en el pecho y la espalda vienen acompañados del resfrío y la gripe.
Empiezo a bajar de peso y por las tardes apenas puedo mantenerme en pie de tanto agotamiento, para llegar cansado a la noche, pero sin sueño. Me entreduermo, aunque tampoco logro la paz porque todos los recuerdos, la desolación y la ausencia de propósito me invitan a reflexionar sobre todos los desenlaces posibles.
El celular me avisa que nuevamente tengo que ponerme el disfraz de humano para ir a trabajar como todas las mañanas. Pero ni la música, las tostadas o el café con leche logran sacarme la modorra. Y bastará con que cualquier imbécil de turno me conteste mal, para reaccionar de manera desproporcionada e injusta. Porque en verdad estoy queriendo gritarle a todo el mundo que llevo un velo negro, que a simple vista no se distingue y que por ende merezco respeto.
Lo que digo, no tiene que ver con la ausencia en tiempo presente, sino con la muerte de la sustancia viva que todavía percibo respirar en cada esquina, en algún rinconcito o entre los papeles viejos. El dolor de la pérdida es tan inconmensurable e intransmisible, que nadie, absolutamente nadie de las personas que se ha acercado a decirme que me entiende, puede siquiera sentir a nivel corporal lo que es sentarse frente a la ventana para ver un sueño agonizando. Un sueño al cual estoy obligado a tener que salir a barrerlo de la vereda, como si fueran hojas de liquidámbar que terminarán en la basura de lo orgánico.
La transmutación, los eclipses, la mudanza. Renovación de alumnos, de casa, de trabajo, de amigos. Un nuevo sol se asoma tibio. Con una sonrisa llena de timidez, logra sacarme por un rato de ese estado, cuando me abraza y me dice, que todo va a estar bien.

2 respuestas a «Hacer el duelo»

  1. El duelo es imposible transmitirlo; es propio y solo -verdad de perogrullo- el tiempo lo transformaran en un recuerdo que no querras hacer visible.

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