Todos los veinticinco de mayo la misma historia que repite desde la eternidad, aunque por suerte cada tanto vuelve el frío y eso es un alivio, porque peor resultan esos días festivos de humedad y calor mesopotámico, en los que a pesar de las temperaturas, se come locro. Y con suerte, se incluyen en el postre, pastelitos de membrillo y batata.
La cocción del locro siempre era una celebración que llevaba al menos dos días de preparación y posiblemente un día más para las compras de cada uno de los ingredientes. En mi casa lo preparaba la mamá de mi mamá, es decir, mi abuela. Recuerdo que lo primero que hacía era poner el maíz y los porotos en remojo, con unas hojas de laurel (esto, según ella, evitaba los gases que suelen producir las legumbres). Una vez comprados los trozos de carne, había que hervir cada porción de cerdo, de carne de vaca y los chorizos. El olor del hervor de la carne me relajaba el estómago (no así el brócoli o la coliflor, que la mayoría de las personas suelen no tolerar). Luego se debía cortar en pequeñas raciones la panceta y los cueritos de cerdo. Al mismo tiempo, se pelaban las calabazas, zapallos, cebollas, papas, ajos y batatas casi en proporción industrial. La integración de todo, llenaba una olla gigantesca que era exclusivamente para hacer locro. Trascurridas unas horas interminables con la comida al fuego, la mesa se llenaba de comensales y era toda una fiesta, de la cual no me gustaba demasiado participar.
Es veinticinco, amaneció nublado. Comí una porción de pizza y salí a correr bajo el manto del viento y la neblina, raros a esta hora de la siesta. No deja de entristecerme la escena de una pareja revolviendo el conteiner de la plaza, buscando seguramente algo para revender o comer. Indigna que en un país que produce alimentos en toneladas soporte la injusticia de la mala distribución de la riqueza. Pensé en mis clases, en mis estudiantes y seguí caminando, como todo el mundo. Nos vamos habituando a ver gente revolver la basura de otros. Esto debería ser la preocupación de los medios de comunicación y de las escuelas al hablar de la noción de patria, tan cuestionable por el exterminio que ha significado la construcción del Estado Nación en este país.
A medida que empezaba a correr, me iba despojando de muchísimas cargas y el alivio fue instantáneo. Me empezaba a sentir cada vez más desnudo, aunque en la calle ya no quedábamos más que mi conciencia y yo. Ahí, mi mente se dejó llevar por completo por los recuerdos de la última vez y deseaba llegara un mensaje que dijera que estaba viniendo para casa, con cervezas, maní y palitos. Me salivaba la boca de las ganas y deseaba hacerle el amor. Una hora de gemidos y de fuerza, con dolor en las piernas y la espalda relajada por las cuadras de trote.
Llegué a casa a bañarme, me siento frente al ventanal de la calle para escribir sobre el día de la patria y celebrarlo a mi manera.