La voz del deseo

Me quitaba la camisa con una mirada lasciva, sutilmente desprendía cada botón y se acercaba con labios y dedos a mis tetillas. Le pedía cuidado, porque la sensibilidad extrema hacía que se agrietara la piel de la zona, sino no mediaba la saliva en ese acto.

Luego me desprendía el pantalón sin permitirme siquiera usar las manos, aunque me dejaba ayudarle con las zapatillas y las medias.  

Me quedaba petrificado ante su iniciativa de observar mi desnudez bajo el velador tenue, como si tuviera el poder de quitarme la respiración de un empujón durante varios minutos, en los que además enmudecía, hasta que por su propio antojo me devolvía el aliento resoplándome con su lengua dentro de mi boca. Porque era el deseo el que me hacía temblar, el mismo que me asfixiaba.

Así, con los ojos lubricados me podría haber quedado horas. Sin importarme que hubiera calefacción o si el frío me paraba cada uno de los pelitos de brazos y piernas. Y el foco me proyectaba cinematográficamente sobre su boca, la misma que me arrancaba partes del cuello y de las orejas, la misma que me decía querer tomarme, tener dentro suyo todo mi mundo: alimentarse de esa sexualidad desbordante, contener algo de locura, nutrirse de la desmesura, deslumbrarse a diario con el espesor de mis miedos, rescatarme de mi autoboicot, quitar de mi cama definitivamente el objeto de apego, ayudarme a conciliar el sueño en cada una de mis noches y hacerme una casita con los brazos para que me quede a dormir ahí adentro todo el tiempo que quisiera. Así me llenabas y me vaciabas a tu gusto.

Esas promesas fueron realizadas con la voz del deseo. Suenan profundan mientras arden los troncos de la chimenea, pero una vez que nos deleitamos, sólo quedan restos en donde hubo fuego.

Y que nadie pretenda hacerme responsable de desear con el alma, con los pulmones y con toda la extensión completa de mi piel que se vuelve trozo de carne para ser roído por quien supere el nivel elemental de las promesas vacías, así por lo menos lo siento al pisar los treinta y siete.

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