La performance que sigue a la disolución amorosa es reconstructora de dispositivos atípicos, que nos vuelven niños huidizos en búsqueda de un tesoro escondido. Redescubrimos las amistades nocturnas, los vicios y todo un reservorio de frases condescendientes. Aceptamos invitaciones a celebraciones en las cuales parecemos cuerpos dispuestos en fúnebres espejos de lo que fuimos, pero que ante la avidez de los monstruos resulta inadvertida.
En ruidoso silencio, nos interrogamos hacia dónde iremos cuando las luces se enciendan y pronto reaparece el deseo de emprender la vuelta acompañados en desgano, con el propósito adolescente de desayunar a deshoras un buen café con leche y tostadas con manteca, seguramente en perorata absurda con alguna una voz ronca, trasnochada, en un departamento que aún resguarda inmortales restos del naufragio.
Perdemos minutos asomados a la ventana tratando de descifrar los mensajes que llevan tras de sí las nubes penosas. Tardíamente nos disponemos a limpiar las pisadas, reordenando los utensilios del bajo mesada con un esquema totalmente distinto.
El pesar de la limpieza es hondo, evitamos el mayor tiempo posible la responsabilidad de juntar los pelitos que sobreviven entre las sábanas y bajo la cama. Los ceniceros perduran cual depósito de suspiros oscuros que en el acontecer de los días, incrementan su capacidad acumulativa. Los libros marcados no encuentran su lector, porque han sido despachados a su suerte debajo de la mesa de luz, sobre el ropero, entre los comestibles y hasta en los bordes de la cocina bajo un pocillo de té, bebido por algún destinatario que no recuerdo.
La ducha es instancia obligada de memoria sin rumbo. Detenidamente observo todas las frases que se escurren por la rejilla entre restos de espumas de jabón perfumado e intento leerlas. De mi piel como escamas se desgajan las últimas caricias. Cabizbajo realizo el ritual y me inclino bajo el agua, pero en mis labios algo persiste. Los últimos besos se resisten a desprenderse. Con impaciente crueldad los refriego para que me abandonen. Intentan decirme algo pero tampoco me interesa saber.
Desnudo sobre mi cama trato de ser resolutivo y definir mis vestiduras, porque desde hace un mes sólo visto palabras inocuas y remembranzas de frases que me atosigan en una cárcel de imágenes y fragancias.