Vos te enojas si tomo demasiado
si bailo borracho con la música fuerte
o me corto solo.
No entendes
que la historia es conmigo
que el enajenamiento es un escape
un ritual o meditación de agradecimiento.
Diario de mis tramas narrativas
Vos te enojas si tomo demasiado
si bailo borracho con la música fuerte
o me corto solo.
No entendes
que la historia es conmigo
que el enajenamiento es un escape
un ritual o meditación de agradecimiento.
Me cuesta aprender otro idioma. Intenté con el inglés algún tiempo y de ésa época sólo me queda una buena pronunciación. Ahora estoy tratando de tomar en serio cada una de las clases, pero todavía me falta constancia.
Respecto a tu consulta, te aclaro que sí es posible enviar audios de WhatsApp sin sostener el micrófono con el dedito. Digo esto para que cuides esos pulgares graciosos que tenés del frío intenso que hace allá.
Acá el calor no da tregua y los días se hacen interminables. Cuando baja un poco la temperatura, me instalo en la terraza con un par de latitas de cerveza para mirar las estrellas.
Agradezco tener los planes más hermosos que alguien jamás me haya propuesto. ¿Sabías que la magia puede aparecer en un plato de fideos?
Cuando me hablabas de Asti automáticamente pensé en los vinos y en la fama que tiene el lugar. Tengo la intuición que esa propuesta es la punta del ovillo, porque cuando me lo decías, sentí esa llama dorada de las meditaciones. Y créeme que entiendo cuando mencionas el fastidio que produce vivir transitoriamente en el hotel, si todavía recuerdo tu experiencia en el all inclusive de la Isla Margarita y la sensación de agobio cuando en Copacabana no nos quedó otra que dormir en un quinto piso. Inolvidable tu cara de irritación frente a las porteñas que montaron un espectáculo en la administración y se quejaban por no tener agua caliente, ¡en Bolivia!.
Desde ya te digo, la meta es que sea un vehículo que permita hacer otras cosas. Estuve mirando su Instagram y la verdad es que me encantaron las habitaciones y el menú. Y mientras pienso, recuerdo tu última visita cuando nos tomamos tres botellas y media de vino, que te preparé carne con fungi deshidratado, esos que trajiste en medio de la ola de calor y que iban tan bien con los espárragos, el ciboulette y la crema. ¿Te acordás? Que en los platitos blancos esparcimos maní, almendras y avellanas con chocolate. Espero que lo recuerdes, porque vos decías que esa comida no era para Argentina, que más bien era común comerla allá. Pero insistí en recrear esos ambientes que armábamos cuando estábamos juntos todo el tiempo e insistí en hacer un menú contundente. Pensándolo bien, del tiempo que compartimos, hubo un sesenta por ciento que lo pasamos tomando alcohol y un cuarenta que lo compartimos con otras personas.
Pero volviendo al albergue de Asti, decime vos si no es así, pero cuando miraba las fotos, pensaba que en ese lugar el formato de las botellas y las etiquetas eran como los vinos que acá son considerados vinos de mesa. Entiendo que cada país tiene sus propios imaginarios de significación. Claramente los procesos de representación son distintos y quizás esto desnude un prejuicio de mi parte ¿Cómo es el tema del vino allá? ¿Puede ser que tengan el mismo formato de lo que acá se considera como un vino accesible? Mientras pensas en la respuesta, decime si no te gustaría que en este preciso momento que vas bajando de la montaña para llegar a Torino, te espere en el departamente con un guiso de porotos mung, calabaza, zucchini, arroz, zanahoria, tomate y todos los condimentos posibles. Cerca tuyo, esperándote con dos copas listas para servir el vino. ¿Podés imaginarme allí?
Arrancamos la previa muy temprano, así que antes de medianoche, todavía teníamos tiempo para tomar el colectivo de línea cuatro, cerca del shopping. Cuando subimos, estaba atestado de gente. Pasadas un par de cuadras, subieron unas veteranas que vestían minifalda de cuero y aretes redondos. Se pararon delante nuestro. Contemplaba todo con mucha fascinación. Pensaba si mi amiga Emilia estuviese acá, haría unas fotos tan hermosas de todos estos laburantes usando el colectivo urbano un viernes casi a medianoche. Nos miro con detenimiento, pareciera que muchos queremos hundir una puñalada a la rutina, usando la mejor pilcha y el perfume que el sueldo nos permite pagar.
Me detengo en los obreros, que a juzgar por los overoles y los restos de cal y pintura que portan, pareciera que recién finalizan su jornada laboral, pero sin perder la sensualidad que le imprime la noche a quienes usan el transporte público.
El alcohol me había afectado. El viaje era largo, así que reposé mi mirada en la tanga que se marcaba en la pollera de cuero de la veterana teñida de rubio. Luego, bajé la vista a las zapatillas de lona del rubio que viajaba al lado mío.
-En la próxima bajamos
-Dale, le dije.
– ¿Viste las putas?
¿Eran putas?
Para mí unas viejas que iban a bailar.
¿Y el rubio que estaba al lado tuyo?
No le ví la cara.
Me parece que era lindo.
Entramos a la casa y presté atención a sus ojos llenos de sorpresa cuando vio los globos esparcidos entre el living y la cocina. Pasaron apenas unos segundo, controlé el reloj y empecé
Estuvimos un buen rato revisando la pronunciación. Hasta que juntos pudimos cantar.
Pusimos la música fuerte como siempre y las dos reposeras en el comedor. Le entregué mi regalo de cumpleaños: una versión de Rayuela, de Julio Cortázar. Me dio un beso, un abrazo y me agradeció. Le propuse leer algunos fragmentos.
Así arranqué con el 7, el de los cíclopes.
Luego el 138 y los recuerdos profanados.
Seguí con el 32 y la carta de la Maga a Rocamadour.
No pude leer nada sin que mis ojos se llenaran de lágrimas y un nudo me apretara la garganta.
Nadie comprendería lo sublime de ese momento.
Después de un buen rato de caminar por toda la zona, llegamos al bar donde éramos casi habitués, por lo menos desde que había empezado el mundial de fútbol. Pedimos doble y triple ipa y empanadas de camarones con queso.
En la primera ronda, hablamos cuestiones vinculadas con el trabajo, hilvanando además aspectos sociales y vinculares propios de la educación y las evaluaciones. Siempre las mesas de exámenes nos dejan a los docentes mascullando sobre si resultamos justos o no con las ponderaciones realizadas.
La segunda ronda, seguramente por la cantidad de IBU que tenía cada artesanal, nos iba haciendo entrar en calor. La moza, una piba de lo más random, resultaba atenta con nosotros. Cabe destacar que a pesar de ser trabajadores precarizados, siempre hemos tratado de ser justos con la propina que dejamos, además de agradecer cada vez que nos traían algo a la mesa. Cuando trajo la segunda, le pedimos algo más de pochoclo y maní.
Llegado el momento abrí el interrogatorio de preguntas acerca la historia de su familia, que si bien algo me había dicho, resultaba siempre inquietante pensar sobre el entramado contra el cual se revelaba. Esquivó todo lo que pudo dicha charla, llamando la atención sobre quienes estaban alrededor nuestro.
¿Y si escribimos cosas sobre esta gente?
¿Sobre quién?
Sobre los que están alrededor. Mirá esa pareja, parece que no quisieran probar un bocado, como si se cuidaran. La típica cuando te estás conociendo con alguien.
Claro, porque cuando ya te conociste, te empezás a aburrir y a comer como cerdo.
Fijáte ese pibe que está solo, el de la punta.
Me dí vuelta
Disimulá. Es raro, venir de chalina con semejante calor.
Estoy transpirando.
Yo también.
Escribir sobre esto me parece demasiado cliché.
Ja. Por eso te amo.
Me sentí un tanto incómodo. Todavía no me familiarizo con las palabras.
A la tercera ronda, se le sumaba la música alternativa internacional. El desborde se comparaba a las cuatro cervezas industriales que tomamos por fin de semana. Amenacé con pedirle un tema a la moza.
Así que cuando le reiteramos el pedido de maní y pochoclos, me acerqué y le dije: si te pido una canción, ¿la pasarías?
Llegué a Santa Fé un día antes de su cumpleaños. Hacía ya tiempo que guardaba los globos y las velas en uno de los cajones que me había reservado del placard. Ese día, habíamos quedado en ir hasta el bar que se encuentra en las afueras de la ciudad. Así que tipo cuatro de la tarde, cuando salió para tomar las últimas mesas de examen nos despedimos con el beso de siempre. Me quedé a solas en la habitación escuchando música:
“Take me out tonight
Where there’s music and there’s people
And they’re young and alive
Driving in your car
I never, never want to go home
Because I haven’t got one
Anymore”
Los gatos descansaban a los pies de la cama. Me acerqué a Amenotep para hablarle desde cerca y empezó a lamer mi frente con su lengua áspera. Dicen que los gatos hacen eso, cuando te empiezan a considerar como parte de su familia. Es áspera la sensación y no tenía recuerdos de algo parecido. Decidí ir a la cocina a seguir con los preparativos de la fiesta.
“And if a double-decker bus
Crashes into us
To die by your side
Is such a heavenly way to die
And if a ten tonne truck
Kills the both of us
To die by your side
Well, the pleasure, the privilege is mine”
La boca se me había llenado de talco, de tantos globos que había inflado. Pensaba en pedir una torta mediante pedidosya, pero me resultaba poco atractiva la idea de no poder ver personalmente lo que iba a elegir. Pensé ir hasta Zulma Ale, que es el lugar de los panettones y budines que desbordan de frutos secos. Pero llegar hasta General Paz me resultaba demasiado lejos. Recordé la pastelería de Aristóbulo donde compramos pasta durante varios meses, antes de descubrir esa casa italiana de los panzottis de espinaca y panceta que tanto disfrutamos al regreso de Mendoza.
Me vestí, caminé las cuadras que me separaban del Boulevard. Pregunté los precios de los dos cheesecake que estaban en la vidriera. Un rayo de sol parecía iluminar más al de la izquierda, cuyos frutos rojos brillaban con mayor intensidad. Cuestión que definió mi elección.
Llegando a casa, recibí un WhatsApp: “Che, termino antes la mesa porque no vinieron todos los alumnos. Hay una feria navideña en la Estación Belgrano, si querés venite y de acá vamos directo al bar”.
“Si, de una”, respondí.
Después de dos horas, llegaba a la estación. Me esperaba en la puerta mirando su celular con los auriculares puestos.
!Hola! ¿Ya estabas acá?
No no, recién llegué.
¿Qué escuchabas?
The Smiths
La noche empezaba mejor de lo que imaginé.
Sentate, mirá lo que tengo para mostrarte.
Me quedé helado, cuando vi los dos pasajes de avión, ida y vuelta.
Gracias, le dije varias veces. En un momento respiré hondo y a través de la ventana miré las luces del arbolito, que desde la cocina emanaba alternadamente colores rojos, dorados y verdes. Pensé por un momento en lo paradigmático que resultan los movimientos del universo. Y en el pasado.
No le había creído. Y me llenaba de expectativas por lo que vendría, después de tantos años de aquella primera vez en la que me había subido a un vuelo de cabotaje con más miedo que deseo. Destapamos una cerveza y picamos un poco de queso azul con aceitunas negras en escabeche, de las que se consiguen en el Alvear. Celebré su invitación, a la que me había mostrado reacio inicialmente. Pero pudo con todo, logró su cometido luego de un año difícil de trabajo y muchísima inversión en amoblar una casa de cero: mesa de comedor y de cocina, sillas, bahiut y una mesa de luz para que deje reposando los textos que siempre me acompañan. Se empeñó en el televisor de setenta pulgadas para ver las películas viejas conmigo, esas de las que tanto le hablé y que disfruta con curiosidad cada una de las tramas. Tal es así que terminamos una noche de diciembre viendo “Funes, un gran amor”. Película inocua que simplemente se limita a llenar de protagonistas de renombre sin tener un argumento atractivo. Es del noventa y pico, una década tan alicaída para el cine nacional, supongo que fue una estrategia de venta. Entonces, mientras compartíamos avellanas con chocolate, le decía de las canciones de tango y la década infame, las disputas entre conservadores y radicales, las grietas profundas que habitan el ser nacional. Y nos perdíamos entre los tangos, las prostitutas y los malevos, enredado todo entre la carne y el matadero.
Todo así reunido en un film que nos deleitó con lo bizarro de su argumento.
Regresar los lunes a casa siempre supone un proceso de readaptación. No sólo a los ambientes sino también a esta ciudad que cada vez me resulta más distante y lejana.
En silencio por varios minutos (aunque reciba varios mensajes de diferentes personas en el día por motivos laborales o simplemente algún meme gracioso) elijo evadirme y retraerme con algún texto breve que suponga a su vez la compañía de café o mate.
Y es ahí donde asumo que poco me importa la ciudad, ya que sólo resulta el lugar al cual debo venir a trabajar en la semana. Aún falta mucho para que el viernes se asome por el horizonte y pueda partir nuevamente para recuperar el asombro ante lo urbano, cosa que claramente no encuentro aquí.
De ser honesto, la última vez que me pasó fue durante una recorrida por La Plata, inundada de grafitis e intervenciones urbanas en casonas viejas y paredones. Esta urbe tiene el triste mérito de haber sido uno de los lugares donde mayor cantidad de detenidos y desaparecidos hubo en épocas de la última dictadura militar, huellas que gracias a la democracia han sido señaladas y visibilizadas. También abundan las inscripciones políticas, artísticas y de género, que bien configuran una sublime invitación a la disidencia.
Estando en el Centro de Posgrado Sergio Karakachoff de la Universidad Nacional de La Plata, pude observar como múltiples agrupaciones estudiantiles cortaban la 48 entre la 6 y 7 por estar celebrando la elección de centro de estudiantes de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, de la misma universidad. Fue la mayor movilización de la cual tengo registro en el ámbito universitario, inusual para Entre Ríos por su propia composición del estudiantado. Todos celebraban el acto eleccionario, a pesar de estar identificados con diferentes remeras y banderas. Fue maravilloso participar de esa escena, perdido entre pibes que irían de 18 a 27 años. A los días me enteré que había ganado la Franja Morada.
Anuncian treinta y siete grados de térmica para esta semana, abundan los mosquitos mientras escribo. Enchufo una pastilla para ahuyentarlos y me preparo para una semana sofocante.
No te sorprendas corazón, cuando te digo que acá todo me da igual.